"¡Que frío!", "La invención del verano"

lunes, 21 de junio de 2010

¡Que frío!


El verano llega y en Campoo puede que los baños también.
Cuando el calor empezaba a apretar el desnieve convertía la corriente de los ríos en un torrente de sensaciones. Calor sofocante y hielo espumoso, un contraste difícil de soportar en la primera entrada al agua de aquellos baños veraniegos. Por eso, en el Hijar, río arriba del puente de Espinilla y antes de llegar a Naveda, la peña del Pozo del Castillo, era la plataforma ideal para tirarse al frío elemento sin pensarlo dos veces, así, la entrada era más llevadera.

Buen pozo, buenas truchas, alguna culebra y piedras que hacían difícil andar por el río.

El pozo era el encuentro, el disfrute y sobre todo el descanso veraniego de la recogida de la hierba. Recuerdo la hora, las tres, primera hora de la tarde, el sol aprieta y el último chapuzón llegaba para volver al duro trabajo en el “prao”. Siempre había un amigo de Reinosa que cometía el error de decir que iba a ayudar a meter hierba. Horas después, en la merienda y con el cansancio en el cuerpo, el amigo siempre decía “mañana tengo que ir a Santander y no puedo volver”, jamás se le ocurría formular nuevamente tan insensato ofrecimiento. Buenos amigos, difíciles trabajos.



Francisco Rodíguez
Presidente Obra Social Caja Cantabria





La invención del verano

Cuando los días se hacían más largos y el sol campurriano volvía a recordarnos que la luz y el calor son los ejes del sueño del verano, volvíamos los ojos hacia el río.

Así solían ser los últimos días del curso, una pequeña vorágine de bicletas, tortillas, excursiones, bullicio de pequeños y mayores hacia La Mina, Riaño, el Pantano, Villacantid, hacia cualquier pozo profundo y frío en que zambullirnos y recordar el frío de los meses pasados sobre la piel feliz.

Mi familia dejaba Campoo al poco del final de las clases. Para nosotros los baños del verano eran baños de sal y de ola, de cálidas mañanas en el santanderino Sardinero. Pero siempre venían precedidos por las salidas a Riaño y sobre todo Villacantid, en tardes de pandilla o domingos familiares. Donde los pies resbalaban sobre las piedras pulidas del fondo, donde los pies acostumbrados a la arena se extrañaban del barro, donde compartíamos el agua limpia con los pequeños alevines y los renacuajos de las orillas, donde la piel aprendía a sentirse limpia y a salvo bajo la dulzura de aquellas húmedas primeras caricias

Regino Mateo
Poeta

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