Una historia de barquilleros

lunes, 21 de junio de 2010

Una historia de barquilleros

El juego de la ruleta entretenía a niños y mayores

Museo Etnográfico El Pajar de Proaño

El oficio de barquillero como el de heladero fue una actividad ambulante, dentro del gremio de la repostería, que favorecía el sostenimiento económico de las familias. Ambos oficios siempre estuvieron ligados, por ser el barquillo el recipiente en forma de potes ó cucuruchos. Por eso, eran también barquilleros los heladeros mencionados en la publicación anterior.

Los barquillos se fabricaban durante gran parte del año en las especialidades de barquillo y galleta. También se elaboraban ricos canutillos que se servían de aperitivos en los cafés más importantes de la cuidad de Reinosa, como el Victoria.

Los barquilleros salían a la venta cargados con el bombo (barquillera) sobre sus espaldas, se posicionaban en los puntos de mayor afluencia donde se encontraban los ciudadanos de paseo, de fiesta, en ferias o romerías, y hacían sonar la carraca de la ruleta para llamar la atención de niños y mayores a saborear el rico barquillo. También se vendían barquillos en forma de abanico, portados en bandeja, en la estación del tren a la llegada del correo, para los señores pasajeros, sirviéndolos por la ventanilla.

Elaboración de los barquillos artesanales

La elaboración de los barquillos era obra del propio barquillero, en algunos casos ayudado por su mujer o por los hijos, y eran preparados inmediatamente antes de salir a venderlos para que se mantuvieran crujientes.

El barquillo se hacía a partir de la oblea, fina lámina de pasta crujiente. Sus principales ingredientes: harina de trigo sin levadura (partiendo en algunas ocasiones de la compra del grano, para garantizar la calidad de la misma, que se llevaba a moler al molino del tío Botellas), azúcar, agua, aceite y en algunos casos un poco de canela. Se realizaba la mezcla en una caldereta donde se ponía la harina y se iban añadiendo el resto de ingredientes revolviendo hasta conseguir una lechada homogénea, sin grumos, que se pasaba a una cafetera para dosificar la cantidad que es necesario para su tostado en las planchas.

Previamente se había preparado el hornillo, cajón realizado con ladrillos refractarios, el cual se atizaba con carbón de cok y en su parte superior se colocaba la parrilla que servía de soporte a las planchas de hierro donde se tostaba la masa. Se despegaba esta con cuidado dándole a continuación la forma deseada cuando aún estaba caliente, pues era entonces dúctil, porque cuando se enfriaba se volvía rígida y quebradiza. Así se realizaban los cucuruchos, enrollando la oblea en un molde de madera de forma cónica y se giraba sobre él con un pequeño rodillo. Las obleas podían ser dobladas (abanicos) o enrolladas (canutillos). Las galletas juntando 20 obleas se cortaban con un serrucho fino de carpintero.

Para darles un sabor más dulce, una vez tostados se rociaban con agua azucarada o miel en almíbar.

Las planchas son dos placas de hierro circulares de unos 22 cm . de diámetro y unos 2,5 cm . de espesor, cuyas caras internas tienen un relieve en forma de retícula, con dos largos mangos para evitar quemarse en su manipulación, y en el mismo eje que estos y en el extremo opuesto tienen una bisagra que cierra las planchas sobre sí mismas. La presión que ejercen las planchas hace que la oblea sea muy delgada. Para tostar las obleas se daba vuelta las planchas para que estas conservaran el mismo calor.

La barquillera

Aquí se la conocía con el nombre de bombo. Era el recipiente para la conservación, transporte y venta de los barquillos. Su cabida es de 5 a 6 kilos. Se compone de un recipiente cilíndrico metálico, pintado normalmente de color rojo brillante con algún dibujo o con el nombre del barquillero, y con dos tiras de cuero para transportarlo a la espalda. En su tapa superior, que sirve de cierre hermético, tiene en el centro el mecanismo de una ruleta que se acciona dando un impulso con la mano a uno de sus pomos dorados que la hace girar y rozar su lengüeta flexible, elaborada partiendo del cuerno de una vaca, con un aro concéntrico sujetado por clavillos verticales que salen de la tapa y crean el espacio de cada división que tiene asignado un número del 0 al 9, quedando entre ellos espacios sin numerar. El giro de la lengüeta hacía sonar un carrasqueo que se iba silenciando hasta marcar la suerte obtenida en la tirada.

Tiradas a la ruleta.

En los últimos años la ruleta estaba de adorno, ya que estaba pactado el precio del barquillo. La ruleta, como siempre, era un juego. Este tenía varias modalidades, destacando entre ellas la apuesta con el barquillero al número mayor o menor y la tirada a raya. Previo pago anticipado, el cliente elegía el sentido de giro de la tirada. Se hacían tres tiradas y se iban sumando la cifra, que era la cantidad de barquillos ganados hasta ese momento; pero si en una de las tiradas caía en un espacio en blanco o pintado con una raya, el cliente perdía la cifra acumulada, y podía ser plantado antes de finalizar las tres tiradas.

El Sr. Cano tenía dos bombos y una bomba. Los señores Carral, Valeriano y Ángel Miguel (Liborio) tenían un bombo. La bomba se diferencia del bombo en que esta no tiene ruleta y los barquillos se venden a un precio fijo.

La actividad no cesaba en todo el año. El Sr. Cano a la venta de barquillos, añadía en invierno, la venta de castañas asadas con su vistosa máquina locomotora, realizada por el Reinosano Gaspar Pis, en su punto de venta la plaza del ayuntamiento junto al soportal de la casa del fotógrafo Boyet, donde se encontraban los puestos de la Sra. Victoria , enfrente de la mercería Dña. Elena, Estefanía en el centro, y la Sra. Amancia enfrente al portal de acceso a la Casa. En su puesto ambulante vendían los artesanos caramelos elaborados con azúcar, agua y esencias. Para su fabricación disponían de un molde de zinc. Eran conocidos con el nombre de adoquines y chupones. Había además pirulís de rico azúcar caramelizado y embasado en un cono de barquillo con un palillo en el centro para poder chuparlo. También caramelizaban manzanas pinchadas en un palo, y realizaban sabrosas cocadas.

La actividad del barquillero estaba destinada a desaparecer como todas aquellas ventas ambulantes de productos tradicionales con un costoso coste de elaboración y un bajo precio de venta. El no ser una profesión viable no tenía porque ser motivo para desaparecer estas artesanas tradiciones y quedarse este producto solo en fabricación industrial sin darnos la posibilidad de poder contemplar la figura del barquillero haciendo felices a niños y mayores con el giro de la ruleta que nos dará de premio los ricos barquillos.




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