Vietnam, los habitantes del agua

lunes, 21 de junio de 2010

Vietnam, los habitantes del agua


Carmen Sáiz se aventuró a recorrer todo el país durante mes y medio en solitario, con poco equipaje y sin destino fijo.

Carmen Sáiz Campo

Alguien acostumbrado a viajar por occidente, a perseguir sensaciones como quien caza mariposas, atrapando impresiones sutiles para guardarlas cuidadosamente en el recuerdo, puede considerar su primer viaje al sudeste asiático como una experiencia de caza mayor.

Recién llegada de la ordenada Ámsterdam, cruzar cualquier calle de Hanói es una aventura. En la actual República Socialista de Vietnam atravesar una calle es un acto comunal o quizás, más aún, un acto de fe. No hay semáforos ni pasos de cebra, pero sí la convicción, adquirida en minutos, de que los conductores de miles de motos (y sólo docenas de coches) tendrán la habilidad y la voluntad de sortearnos. Ellos confiarán a su vez en que seamos decididos, no nos apresuremos, mantengamos el paso y nunca demos marcha atrás, una filosofía aplicable también a la vida de un país que mira hacia adelante.

Hanói es una ciudad ruidosa, laboriosa, contaminada y superpoblada que rige como capital del país la vida administrativa de Vietnam. Una ciudad moderna que conserva barrios con aire colonial y un centro organizado en torno a agrupaciones gremiales que se reunían para rebajar costes de producción, donde los vecinos viven y venden aún instalados en las aceras. Una capital de comerciantes y mercados que genera esa sensación de confianza mutua que me acompaña a lo largo de toda la estancia en Vietnam.

Los habitantes de Vietnam están marcados por el ritmo de las aguas, las del río, las del mar, las del Monzón. Los vietnamitas del norte cultivan arroz en terraza con los inconvenientes de una orografía complicada y un clima de montaña, y conservan las tradiciones de 54 etnias que provienen en su mayor parte de China y el Tíbet. Los habitantes del sur, en el Delta del Mekong, viven sobre el agua, compran y venden en sus mercados fluviales y navegan en ingenios flotantes de todas las formas y tamaños. El río Mekong nace en el Himalaya y va aminorando su velocidad a medida que se acerca a la desembocadura en el Mar de China. En Vietnam se divide en nueve brazos que forman un delta con más de 3.000 kilómetros de canales navegables con enormes variaciones estacionales en su caudal. El agua determina la economía de un país que se ha convertido en el segundo exportador mundial de arroz y que alimenta a buena parte de sus familias con la pesca y, en los últimos años, con técnicas de acuicultura. Las embarcaciones del Mekong, grandes o pequeñas, tienen ojos. Los pintan los lugareños que dicen que también tienen espíritu, el de las bestias fantásticas que les ayudaron a conquistar el río.

Ho Chi Minh es la gran ciudad del sur. El centro económico y de negocios, la ciudad más grande de Vietnam, siempre más permeable a las influencias externas. Los vietnamitas sienten devoción por Ho Chi Minh, apodo del líder revolucionario Nguyen Tat Thanh que aparece en todos los billetes del país, Pero los habitantes de Ho Chi Minh parecen más irreverentes con los protocolos oficiales que los del norte y siguen denominando a su ciudad habitualmente como Saigón.

En Saigón presencié el velatorio de una mujer que había muerto sin familia. Era la vecina de un barrio colindante con el gran mercado de Ben Thanh. Una noche pasé por una calle conocida y comprobé que lo que habitualmente era un café se había convertido en un lugar de culto en el que junto al ataúd, la foto de la vecina muerta, los faroles y los monjes se seguía sirviendo pho (la sopa tradicional) y cerveza Tiger a los clientes vivos. Así se mezclan en Vietnam la vida y la muerte.

Tras la guerra de Vietnam, que los vietnamitas curiosamente llaman la Guerra Americana , la población era de unos 25 millones de habitantes, hoy es de unos 87 millones. Son frecuentes en las últimas generaciones familias de 10 a 14 miembros. Sólo desde hace unos años se promueven políticas de control de la natalidad que establecen que quienes trabajen para el gobierno no pueden tener más de dos hijos. También desde hace unos años la educación primaria comienza a ser gratuita.

Viajé sola por el país de norte a sur con poco equipaje, sin destino fijo y sin divisar tierra conocida. El camino regala así lugares donde sólo tú eres el extraño. El aire, el olor y las impresiones de Vietnam me acompañan ahora por las calles de Madrid, mucho más peligrosas si uno decide cruzar sin mirar a los dos lados. En el viaje de vuelta soy de nuevo una extraña. Una extraña a punto de ser atropellada















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